Bioarte. Una dimensión ética --> [Discurso expositivo]
¿Quieres
que te diga la verdad? Me han dado un nombre muy impropio; me llaman
“Naturaleza”, y soy toda arte.[1]
Diálogo entre el filósofo y
la naturaleza (Voltaire)
Si nos
remontamos a las fuentes literarias en el marco de la historia del arte
occidental, desde la Antigüedad y la recuperación de sus postulados en el
Renacimiento hasta la invención de la fotografía vemos que la mímesis de la
naturaleza era el más noble objetivo a alcanzar por los artistas.[2]
En la Historia Natural de Plinio lo
vemos figurado con la historia de Zeuxis y Parrasio, donde el primero engaña a
los pájaros que bajan a comerse las uvas pintadas y el segundo revela que la
cortina para tapar el cuadro era el propio cuadro, engañando no sólo a los
animales sino a la propia percepción humana. En el siglo XIX la fotografía le
quita las cadenas de la imitación al arte, que primero con el impresionismo y después con las vanguardias rehace su
camino; la fotografía, sin embargo, toma el camino inverso debido al lastre de
la comparación con la pintura y la lucha por ser reivindicada como arte. [3]
Un poco
más de un siglo después es de nuevo la tecnología y el progreso los que dan un
giro respecto al arte,[4]
de alguna forma el bioarte vuelve a la mímesis pero no como representación,
sino como recreación; los nuevos medios de los que disponemos hacen posible que
no sólo se pretenda la creación de la vida por imitación, sino sobrepasarla y
jugar con sus propios límites, límites que de forma natural sólo cambian a lo
largo de millones de años, por mutaciones y adaptaciones de la especie al medio
o por la irrupción en el entorno de factores externos u otras formas de vida.
En palabras de Natalia Matewecki: Ya no
estamos hablando de una obra fija y permanente como una pintura de caballete,
sino que la obra de bioarte cambia, muta e incluso muere.[5]
En esta exposición encontramos obras que imitan la vida y obras que la alteran,
obras que juegan con las diferentes posibilidades; la intención no es -en la
medida de lo posible- emitir un juicio, sino mostrar las obras y su explicación
al espectador con el objetivo de que sea este quien se haga o responda las
preguntas, de que se plantee si lo que está viendo ante sus ojos tiene algún
sentido, de si merece la pena.
El campo
de la creación y la imaginación, ya sea literaria o mediante las artes
plásticas, siempre ha anticipado nuevos caminos, hecho reflexionar sobre el
estado de la ciencia actual y sus futuras aplicaciones. Leonardo da Vinci
inventó con sus medios y se permitió soñar para el futuro; también lo hizo
Julio Verne, que a lo largo de su prolífica carrera como escritor anticipa
inventos como Internet –él habla de una red internacional de comunicaciones
para compartir información- o el submarino, además de la posibilidad de que el
hombre viajase a la luna, hecho que tendría que esperar casi un siglo para
hacerse realidad.
Siguiendo
con la idea de la red de redes y un mundo cada vez más globalizado, en la
muestra encontramos Big Brain Project,
una obra de Joaquín Fargas que, a partir de una serie de cultivos neuronales
conectados entre sí en diferentes lugares del mundo a través de Internet,
reflexiona sobre las sinapsis biológicas y digitales, creando un mapa mundial
que se comunica y reacciona a los estímulos transformando en luz y sonido esas
reacciones que está sintiendo, interactuando así con el visitante. La película
Her lleva esto un paso más allá,
planteando el supuesto de que los sistemas operativos, debido a esta conexión e
inmaterialidad –y puesto que tienen todo el conocimiento a su alcance-, logran
ampliar su capacidad hasta ámbitos propiamente humanos como son la razón y la
emoción, y de cómo consiguen sentir y pensar conceptos que en nuestro lenguaje
ni siquiera existen debido a nuestras limitaciones.
Limitaciones
y ambiciones que encontramos tratadas en la obra Inmortalidad, también de Fargas, en la que un conjunto de células
del corazón son cultivadas in vitro
con el objetivo de que con los cuidados adecuados puedan persistir para
siempre. Así, el artista cumple simbólicamente el deseo del ser humano de
perpetuarse a lo largo de los siglos, aunque también nos plantea una pregunta:
¿es el miedo la única razón de esa pretensión del ser humano? ¿Qué haríamos con
una vida eterna?
Otra obra
de la exposición creada por el OPN Studio, Give
my creation… life!, nos habla también de cómo nuestra sociedad depende cada
vez más de la tecnología; aquí los artistas plantean una inversión de los
papeles: ¿podrían el pulso y los latidos de un corazón alimentar
energéticamente una máquina de forma autónoma? El estilo de vida actual, en el
que no estar conectado implica no existir, casi nos lleva a una situación en la
que nuestro corazón late al mismo ritmo que la tecnología, uniendo la vida real
y la artificial en una suerte de espejo en el que el reflejo que proyectamos en
el cristal es igual o más importante que la propia existencia física. Aquí el
corazón, al igual que el nuestro, le otorga vida a una máquina, un elemento
artificial que sin darnos cuenta está consumiendo el tiempo y los impulsos de
nuestro cuerpo, proporcionando entidad a un espacio virtual a costa del físico.
Además de
reflexionar de forma teórica sobre nuestro presente y la sociedad, en la
exposición también hay obras que por su naturaleza nos plantean debates éticos
y futuros posibles que a día de hoy nos pueden parecer inverosímiles, sin
embargo el avance exponencial de la tecnología nos demuestra que quizá algunas
ideas no están tan lejos de hacerse realidad. Tampoco podemos olvidar que estos
planteamientos pueden acercarnos a la utopía o a la distopía, ya que estos
avances deben ir aparejados con un debate ético y moral respecto a los límites
de estos nuevos procedimientos.
En 1984, Orwell nos muestra un mundo donde
los totalitarismos han tomado el control, extensiones de regímenes como el
japonés o el nazi, que con sus experimentos científicos en prisioneros de
guerra condujeron a la especie humana a un horror inimaginable, situaciones
donde la ética y la humanidad se había borrado del mapa. Por tanto, está encima
de la mesa si los experimentos del bioarte que manipulan la vida tienen que
someterse a unos controles igual de exhaustivos que en los experimentos
científicos reales: ¿todo vale?, ¿el arte tiene
patente de corso? [6]
Este
hecho se pone de manifiesto en la exposición con piezas vivas como Alba, un
conejo que vive enjaulado en el Instituto de Investigación Agronómica de
Francia, ya que su ADN fue alterado con proteínas verdes fluorescentes (GFP) para
convertirse en el primer mamífero con estas características; finalmente y con
toda la polémica que desató este experimento, el conejo no fue entregado a Eduardo
Kac, quedándose en el centro al que este encargó su creación.[7]
De este artista encontramos otra obra polémica en la muestra, Edunia, una petunia que combina en su
germinación su ADN vegetal además del humano del propio Kac, creando una
criatura con un código genético mezclado.
En
relación con la naturaleza, tenemos también el Proyecto Biosfera, de Joaquín Fargas, que consta de una serie de
ecosistemas naturales aislados del exterior en estructuras de efecto
invernadero donde, al igual que sucede con nuestro planeta, la supervivencia
del mismo se produce a través de la luz y del calor que recibe; sin embargo la
escala es a un nivel infinitesimal, con el objetivo de que seamos conscientes
de la fragilidad de nuestro planeta, y de que la vida cambia y evoluciona a su
propio ritmo, sin la necesidad de que nosotros aceleremos los cambios o la ruptura
en estos ecosistemas. Tenemos que ser conscientes de que nuestros actos tienen
consecuencias, y de que las profundas rupturas a las que estamos sometiendo a
los diferentes ambientes de nuestro planeta -especialmente desde la revolución
industrial y su aumento exponencial de utilización de los recursos- tienen y
pueden seguir agravando unos efectos irreversibles.[8]
Otra obra
con un marcado carácter ecológico es la pieza Cuero sin víctimas, donde Oron Catts e Ionat Zurr crean una
chaqueta mediante un cultivo celular, creando vida y protección sin necesidad
de matar, creando además una pieza que requiere estar en un ecosistema propio
para poder sobrevivir, haciendo que abramos los ojos a la realidad, una en la
que tenemos la posibilidad de comprar el derecho de vestirnos a raíz de los
cadáveres que la humanidad va dejando por el camino.
El
discurso expositivo, por tanto, reúne una amplia reflexión sobre este medio y
los diferentes dilemas éticos que trata, un muestrario que abarca obras de sus
dos principales vertientes -la corriente biotemática y la corriente biomedial-
que veremos a través de los itinerarios expositivos, reflejando y
poniendo en cuestión cómo pueden contribuir a configurar un mundo ligado a la
tecnología en cada ámbito de la realidad, un mundo que cada año que pasa se
materializa y aumenta exponencialmente su uso en muchas áreas del conocimiento.[9]
[1] López del Rincón (Ed.), Daniel. Naturalezas mutantes. Del Bosco al bioarte.
Vitoria-Gasteiz: Sans Soleil Ediciones, 2017, p. 16
[2] Vemos como este cambio de
paradigma se sitúa en la Grecia clásica, donde la preeminencia del mundo de las
ideas de Platón es suplantado por el estudio del mundo sensible en la filosofía
Aristotélica: si queremos saber lo que es un perro no tenemos que pensar en la
idea que subyace tras el concepto, sino estudiar en el mundo sensible las
similitudes y diferencias entre las razas para obtener un conocimiento lo más
detallado posible; esta nueva forma de ver el mundo convierte al arte en un
espejo que tiene como su meta más alta reflejar la naturaleza de la manera más
fiel posible.
[3] de Maya Gironés, Miguel. TFG: Nóstos. El viaje como metáfora de la vida. Una aproximación a la obra de José Manuel Navia. Universidad de Murcia, 2017, p. 12
[4] También debemos tener en cuenta
las llamadas Metamorfosis creativas
en el campo artístico, que representan un marco de ideas teórico previo a la
práctica del bioarte; estas representaciones las podemos ver a lo largo de la
historia en la obra de Ovidio, El Bosco o Goya, hasta una gran eclosión en los
artistas de finales del siglo XIX, donde son
habituales las representaciones artísticas de figuras híbridas –plantas, flores
y animales- que se vertebran misteriosamente y se mezclan con lo imprevisible.
[...] Así, el significado del título es una síntesis de intenciones, que
señala el deseo de evocar determinadas poéticas de la naturaleza transformada,
que cobraría un gran simbolismo con el relato de Kafka. López del Rincón (Ed.). Naturalezas
mutantes. Del Bosco al bioarte. Op. cit., pp. 179-180
[5] Ibid., p. 251
[6] Aquí no hablamos del rigor en la
forma de llevarse a cabo sino en su dimensión ética, ya que como nos explica
Natalia Matewecki en la división general de los artistas de bioarte
(artista-científico, artista-investigador y artista-divulgador), los
procedimientos suelen ser ajustados a los protocolos científicos reales, siendo
el primero un artista que crea en el laboratorio sus propias obras, el segundo
alguien que investiga la actualidad y encarga a los científicos la creación de
las mismas, y el tercero alguien que hace de mediador entre la ciencia y el
gran público, con un objetivo más social y de concienciación sobre las
implicaciones que la biotecnología puede tener en nuestras vidas. López del Rincón (Ed.). Naturalezas mutantes. Del Bosco al bioarte. Op. cit., pp. 255-262
[7] Como hemos visto en la relación
del anterior pie de página, Eduardo Kac entra en la categoría de
artista-investigador, ya que desarrolla la teoría pero encarga la práctica de
sus experimentos.
[8] Timothy Morton hace un símil con
nuestra conciencia ecológica y el cine noir
mediante Blade Runner, donde Deckard se da cuenta al final de la película de
que él mismo es uno de los replicantes a los que persigue. La conciencia ecológica funciona así por consecuencias involuntarias.
Es como si un buen día nos despertáramos y nos diéramos cuenta de que tenemos
un arma homicida en la mano y de que debemos haber cometido algún asesinato,
aunque no sepamos muy bien de que se trata. Sólo el hecho de estar inmersos
en la sociedad globalizada nos hace cómplices de sus mecanismos. López del
Rincón (Ed.). Naturalezas mutantes. Del
Bosco al bioarte. Op. cit., pp. 21-22
[9] Como último apunte, que podría
servir como idea para las visitas guiadas después de que el visitante se haya
formado una opinión ética sobre las obras, queremos plantear que lo que nos
puede chocar del bioarte -especialmente en su vertiente biomedial- es su
rapidez en subvertir las normas naturales de la evolución de los organismos;
sin embargo el ser humano, con la domesticación de animales, creación de razas para
competición o la propia cría de animales para su consumo lleva adaptando los
ecosistemas naturales en su favor desde la prehistoria. Lo que han cambiado son
los medios para manipular la naturaleza y llevar nuestro especismo a un nuevo
nivel; tristemente lo que puede parecer un problema es la novedad y la forma,
no tanto el fondo del asunto, que de alguna manera y pese a resistencias
aisladas ya tenemos normalizado en los sistemas de las sociedades
contemporáneas.
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