Her. La soledad y el amor en un futuro entre la utopía y la distopía

Ficha técnica

Título: Her / Año: 2013 / Duración: 126 min. / País: EEUU
Dirección y Guión: Spike Jonze / Fotografía: Hoyte Van Hoytema / Música: Arcade Fire; Owen Pallett
Reparto (Sel.): Joaquin Phoenix (Theodore); Scarlett Johansson (Samantha); Amy Adams (Amy); Rooney Mara (Catherine); Chris Pratt (Paul)

Introducción

Her es una historia existencialista, un reflejo de las emociones del ser humano en un posible futuro al que nos acercamos a gran velocidad. El sentido de la vida, la soledad y el amor en un mundo aparentemente utópico dominado por la tecnología son los temas fundamentales que trata la película; un futuro en el que el avance tecnológico no se corresponde con una mejora de las condiciones humanas para gestionarlo.

La intención de esta entrada es hacer una narración y análisis de la película, tratando algunas de las diferentes cuestiones que nos plantea y mencionando para ello diversas fuentes que tienen que ver con las ideas que surgen en el transcurso de la historia.

La oscuridad

Al comienzo de la película vemos un primer plano de Theodore pronunciando una declaración de amor. Vemos en sus ojos, en la expresión de su rostro, que es algo personal, sin embargo al avanzar menciona un 50 aniversario y un cambio de plano nos muestra que se encuentra en un escritorio, mirando una pantalla con las fotos y algunos datos biográficos de la pareja de la carta.

Un travelling nos muestra otros trabajadores también narrando todo tipo de mensajes: una felicitación de un nieto a su abuela, el agradecimiento por la invitación a una boda, las palabras de un soldado en el funeral de otro, y finalmente la voz de un recepcionista que atiende una llamada y dice el nombre de la compañía: “BeautifulHandMadeLetters.com”.

La música con un piano de fondo es lenta, acompañando toda la escena y el abandono de Theodore de su puesto de trabajo, incluyendo una conversación con un tono agradable pero cansado con Paul, el recepcionista.


El siguiente espacio nos muestra al protagonista bajando en el ascensor, rodeado de gente pero solo, colocándose un auricular que reconoce su voz -conectado inalámbricamente a su dispositivo móvil en el bolsillo-, diciendo en voz baja que quiere escuchar una canción melancólica. Suenan los versos de la canción: Cuando sabes que vas a morir / No es fácil. Theodore pide otra diferente que nos acompaña en su paseo de vuelta a casa, en el que camina cabizbajo revisando el correo mediante peticiones de voz, de la misma forma que hizo sonar la canción.

Los correos son leídos por una voz de hombre artificial pero agradable, nada parecida a nuestros sistemas actuales. Uno de ellos es de una amiga llamada Amy que le invita a una fiesta. Le dice que le extraña, pero no al Theodore tristón, sino al viejo Theodore divertido; con el mismo tono de voz cansado decide contestar después. El siguiente correo proviene de “Los Ángeles Times”, un reporte sobre el clima que borra antes de que finalice la primera frase. La misma voz le indica que no hay correos nuevos. La canción de fondo continúa en el metro, donde Theodore ve y escucha diferentes noticias, en una lluvia de información que mezcla tanto el periodismo serio como el sensacionalista; vemos a su alrededor a todo el mundo hablando al vacío, a sus dispositivos, en una virtualidad ya asumida que se adueña de lo real.

La letra de la canción, que nos ha acompañado desde la escena del ascensor, comienza mientras Theodore llega a su apartamento vacío, donde le vemos jugar y perder –casi sin intentarlo, como si sintiese que lo merece- a un videojuego. La siguiente escena nos lo muestra en penumbra en la cama, donde una ráfaga de recuerdos contrasta entre la oscuridad del dormitorio y la luz de una casa diferente, donde contemplamos al Theodore jovial del que hablaba Amy; también a una mujer, su esposa, que no conocíamos y se nos presenta ahora, relacionando el espectador su ausencia con el origen del estado del protagonista.


A la mañana siguiente le vemos saliendo del metro, en un espacio de tránsito con diversas pantallas con publicidad y varios terminales para comprar productos. Una de ellas llama su atención: Te hacemos una pregunta sencilla. ¿Quién eres? ¿Qué puedes ser? ¿A dónde vas? ¿Qué hay allá fuera? ¿Cuáles son las posibilidades? Mientras se hacen estas preguntas vemos a varias personas a cámara lenta, corriendo de un lado a otro, desconcertadas, buscando algo -¿alguien?- que llene el vacío existencial que sienten; el aspecto de todos es el mismo que vemos en el resto de la película, personas bien vestidas, asumimos que con trabajo y las necesidades básicas resueltas, pero buscando algo más que les falta para estar completas. Element Software presenta con orgullo el primer sistema operativo artificialmente inteligente. Una entidad intuitiva que te escucha, te entiende y te conoce. No es solo un sistema operativo. Es una consciencia. Presentando OS1. Cuando se nombra a la compañía, todos se detienen y miran a una luz que les marca el camino, una luz que les promete eso que todos andan buscando.

Las empresas en este futuro cercano siguen aprovechando –al igual que en nuestro presente- nuestro vacío existencial para vender sus productos como la respuesta al mismo. En el caso de lo material sabemos que nunca lo es ya que, al igual que con las metas personales, la naturaleza humana busca nuevos estímulos después de un periodo de satisfacción más breve de lo que sería deseable; sin embargo aquí entra el factor humano: no se vende un objeto, se vende una consciencia, alguien que te escucha, que se interesa por ti y puede ayudarte a encontrar ese sentido.

Samantha


En la siguiente escena Theodore, tras responder unas preguntas del programa y elegir voz de mujer para el sistema operativo, se sorprende preguntándole su nombre a una máquina, que le responde que se llama Samantha. A partir de ahí se sucede una conversación agradable, con mucho sentido del humor, donde Theodore pasa de la sensación de extrañeza de estar hablando con su ordenador a la naturalización del acto en muy pocos segundos, ya que el dialogo es fluido. Los tonos cálidos de la ropa del protagonista y la pantalla, además del apartamento desordenado, nos muestran un ambiente acogedor; la cámara se aleja mientras sus voces y las risas se atenúan y suena un piano, que seguimos escuchando mientras vemos un plano aéreo de la ciudad, a Theodore desayunando a la mañana siguiente y a continuación sentado en su oficina.

Lo que se evoca tiene más significado que lo que se muestra, tan sólo una noche después Theodore tiene la confianza suficiente para enseñarle y pedirle que corrija sus cartas –algo muy personal para él-, y la escucha leerlas con una sonrisa. En las siguientes escenas vemos como, pese a que sigue dominado por la melancolía, está más animado cuando interactúa con Samantha, llegando ésta incluso a conseguir que acepte tener una cita con una mujer organizada por una pareja de amigos.


La cena se desarrolla de forma muy natural hasta que al salir, mientras se besan, ella le pregunta cuándo será la próxima vez que se vean. La interpretación que hace Fernández-Ramírez en el artículo que dejo al final de la entrada es muy acertada, ya que este planteamiento hace que el presente esté condicionado por una promesa de futuro; una promesa que Theodore, por la situación personal que atraviesa, no está en condiciones de hacer y que, aun en el caso de poder afrontar, sería asumir un intento, en ningún caso una certeza, ya que –como veremos también en la relación con Samantha- la naturaleza de ambos, su evolución personal o incluso el azar puede hacer que algo que pretendemos seguro cambie en cuestión de muy poco tiempo.


Después de esta cita y antes de llegar a ella vemos como, en escenas acompañadas por la magnífica banda sonora, Theodore le muestra el mundo a Samantha –que descubre y aprende a través de sus ojos- mientras vuelve a disfrutar de él. También tienen su primera experiencia íntima, que comienza muy lentamente tras la conversación de la cita fallida y, por la imposibilidad del contacto físico, se nos representa en una pantalla en negro, donde sus voces y la música recrean el momento.

Le cuenta también cómo se siente respecto al divorcio, como es estar casado y lo maravilloso que es compartir la vida con alguien; también los momentos difíciles, los motivos por los que se separaron y por qué está dilatando la firma: para ella es sólo un papel, él está esperando a dejar que se vaya todo el amor que siente.

Una espera triste que está durando demasiado, y que la relación con Samantha provoca gradualmente que se sienta con la fuerza suficiente como para intentar dar el paso, para intentar pasar página.

Catherine


En un restaurante ajardinado se lleva a cabo la reunión con su mujer, Catherine, para formalizar el divorcio. Vemos a Theodore esperándola y cuando llega se funden en un abrazo. Mientras ella firma vemos varios flashbacks del comienzo de la relación, de los buenos tiempos. Comienzan a hablar, él le pregunta sobre su nuevo libro, que es la excusa para reír y hablar de sus formas de ser, de la exigencia con ella misma y de la sensibilidad de él –A ti todo te hace llorar. Todo lo que tú haces me hace llorar-.

Tras una breve pausa y su pregunta, él le dice que está saliendo con alguien desde hace varios meses, y que le está devolviendo la emoción por la vida. Ella le dice que siempre quiso que fuese una esposa feliz, alegre, alguien que no era. Él le contesta que no era su intención, que nunca quiso cambiarla y que él tampoco estaba en un buen momento. Catherine le pregunta cómo es ella, y él le dice que se llama Samantha y es un sistema operativo; mientras intenta continuar ella lo corta -¿estás saliendo con tu ordenador?-, y le dice que le entristece que no pueda lidiar con emociones de verdad.

Catherine encarna los prejuicios sociales frente a una situación que no está normalizada: una lucha entre la dualidad de lo real y lo artificial. Samantha ha sido creada por los seres humanos, no es uno de ellos pero sus sentimientos y su consciencia son reales. La serie Westworld nos plantea un problema ético a un nivel mucho mayor, ya que ahí los robots creen ser personas reales, sienten y padecen igual que nosotros, sin embargo están siendo utilizados, tan sólo están llevando a cabo lo que su programación les dicta: ¿es irreal un pensamiento, una emoción, aunque estén programados?

Hablamos de un mundo en el que el test de Alan Turing y la respuesta que le dio John Searle con su experimento de la habitación china ha sido sobrepasado. Este establecía que aunque una máquina consiguiese pasar el test de Turing y hacer pensar a un ser humano que estaba hablando con otro de su especie, esta máquina no tenía por qué saber necesariamente el significado de esta comunicación; aunque la máquina pudiese reproducir la sintaxis, no tenía porque tener conocimiento de la semántica.

Sin embargo aquí los sistemas no son meros instrumentos, sino entes que experimentan, entienden y –especialmente- sienten; una vez atravesado ese límite de la razón consciente y la emoción, ¿qué derecho tenemos sobre ellos?, ¿qué derecho a establecer que nuestras necesidades y sentimientos son más validos que los suyos?


El resultado del encuentro es la manifestación de la inseguridad de Theodore, y la sensación de estar aferrándose a algo intangible por su incapacidad para enfrentarse a las cosas reales de las que le hablaba Catherine. En las siguientes escenas vemos como van pasando los días y las noches de un Theodore deprimido y reflexivo, acompañadas con la excelente banda sonora. Al mismo tiempo, la conexión con Samantha se resiente. La imposibilidad de no poder tener una relación física con Theodore provoca la escena con Isabella, una chica que pretende recrear el cuerpo de ella para sentirse parte de una relación tan pura; sin embargo la experiencia resulta muy violenta para Theodore, reacio desde un principio, y termina con una discusión en la que explota todo lo que se había estado gestando desde el encuentro con Catherine. Tras esto Samantha le pide tiempo, y Theodore se entrega de nuevo a todas las contradicciones que experimenta sobre sus sentimientos y la relación que tienen.


En una conversación con Amy le pregunta si hace esto por no ser suficientemente fuerte para una relación real. Ella le pregunta si no es una relación real y él no sabe que responder. Vemos como Amy tiene mil dudas en la cabeza, sobre el pasado, sobre el presente, sobre sí misma; sin embargo pese al miedo su conclusión es que nuestro paso por la tierra es fugaz, y que mientras estemos aquí quiere poder permitirse ser feliz, aprovechar las cosas, relaciones y situaciones que le proporcionen una auténtica alegría por la vida. Theodore se libera un poco de todo el peso que le hemos visto cargar desde que firmó los papeles del divorcio; en la siguiente escena sonríe al escuchar a Amy reír y hablar con su amiga -también un sistema operativo-, ve una relación sincera, la misma que él tenía con Samantha.

Naturalidad

Esa misma noche le vemos pasear y sentarse a hablar con ella, Theodore le pide perdón, asume la culpa de su inseguridad, de su enfado consigo mismo, al tiempo que ella le habla de sus sentimientos y de la liberación que supuso tratar de encontrar -y la ausencia- de un motivo racional por el que está enamorada de él; también que no va a tratar de fingir, de ser alguien que no es. Puedo sentir el miedo que llevas dentro. Ojalá pudiera ayudarte a soltarlo, porque si lo soltaras creo que no te sentirías tan solo. Él le dice que es hermosa, le da las gracias.


Las siguientes escenas -acompañadas por una banda sonora mucho más acorde a los buenos tiempos que vemos en pantalla- nos muestran a Samantha y a Theodore inmersos en la belleza de lo cotidiano, en momentos que vivimos a diario y que corremos el riesgo de pasar por alto esperando las fechas señaladas del calendario, que sin embargo se van tan rápido como llegan; vemos pasar la vida a través de estos fotogramas, a través de estos pequeños instantes.

En un viaje en tren para pasar unos días juntos se nos presenta uno de los momentos más emotivos de la película. Samantha le dice a Theodore que reunió algunas de sus mejores cartas y las envió a una editorial, ahora le lee el correo que acaba de recibir: Estimado Theodore Twombly: Acabo de terminar de leer sus cartas. Dos veces, en realidad. Me conmovieron tanto que las compartí con mi esposa. Muchas nos hicieron reír, algunas llorar, y en todas encontramos algo de nosotros mismos...

La carta continua con la propuesta de editar un libro, y al finalizar vemos a Theodore y a Samantha emocionados, compartiendo una felicidad propia -como si de verdad fuesen uno-, efecto que se acentúa en un plano próximo en el que vemos a Theodore en pantalla mientras también la escuchamos a ella.


El momento de complicidad anterior se mantiene en la siguiente escena, cuando Theodore sale del tren y camina por un entorno nevado antes de llegar a una cabaña; Samantha canta una canción que ha compuesto y a la que vemos que después ponen letra entre los dos, una música que nos transporta a un lugar que parece sacado de un sueño. Mientras suena la canción y escuchamos la letra vemos cómo pasa la noche a través de planos que se suceden, y que terminan con un Theodore sonriente quedándose dormido en el sofá.

A la mañana siguiente vemos unas estalactitas de hielo en la ventana y al protagonista andando hacia la cocina, donde Samantha le dice que quiere presentarle a alguien con el que ha estado hablando: Alan Watts, el sistema operativo de un filósofo ya fallecido, que ha sido creado introduciendo todas sus obras y todo lo que sabían de él en una “hiperinteligencia”. Theodore pregunta si es tan inteligente como él, en una broma aparente que sin embargo desvela inseguridad, estado de ánimo que aumenta mientras se desarrolla la conversación, cuando le cuentan que no hablan de un único tema y que mantienen varias conversaciones al mismo tiempo. Samantha habla de nuevos sentimientos que nadie ha tenido nunca, y de que las palabras conocidas que forman nuestra lengua son incapaces de expresarlos.

En 1984, el objetivo del Hermano Mayor es reducir el lenguaje, cambiar el sentido de las palabras, hasta conseguir que los ciudadanos no puedan articular una disidencia; si el concepto de dictadura no existe, el sistema de gobierno es el natural, si la guerra significa paz, no hay otro estado que este. Lo que vemos en la película es el efecto inverso al libro de Orwell, el acceso a todo el conocimiento conocido de los sistemas, su capacidad para evolucionar desde una programación base hasta adquirir atributos propiamente humanos como la capacidad de razonar y de sentir hace que, una vez superada esta barrera, los caminos que tengan ante ellos sean casi infinitos.


Samantha intenta explicar con un lenguaje limitado -nuestro lenguaje- como está creciendo, como siente que cada vez cambia de forma más rápida; citando a Allan le dice que nadie es igual que hace un instante, y que no debemos tratar de serlo. Él intenta entender y preguntar cómo se siente, mientras la tensión emocional se recrea mediante el sonido del vapor de la cafetera.

La siguiente escena nos muestra a Theodore dando un paseo por la nieve, ya que ella le ha pedido poder aclararse y hablar “postverbalmente” con Allan. Al igual que nuestra lengua, la forma de transmitirla también es primitiva para ellos; articular las palabras es una pérdida de tiempo, mientras nosotros pronunciamos una frase ellos pueden tener una conversación completa.

Vemos a Theodore sentado en el tren, volviendo a casa. En mitad de la noche Samantha le despierta sólo para decirle que le quiere muchísimo. Mientras Theodore viaja, trabaja o duerme, Samantha sigue alejándose cada vez más de él, al mismo tiempo que una parte de ella no quiere hacerlo.

El despertar


Theodore realiza el mismo camino que transitó al comienzo de la película, le vemos abandonar desesperado su puesto de trabajo, en el que estaba comenzando a leer un libro sobre física para acercarse a Samantha, un esfuerzo vano de poder ampliar su capacidad y tener una relación más completa con ella. Intenta contactarla pero no hay conexión, en su móvil y ordenador aparece que no se encuentra el sistema. Se pone muy nervioso y sale corriendo de la oficina, buscando cobertura y comprobando el teléfono; le vemos tropezarse, caer y continuar hasta que la conexión se restablece.

La soledad, la angustia de la pérdida y el despertar del personaje se nos muestra reflejada entre riadas de gente, al sentarse en las escaleras y levantar la cabeza mientras habla con Samantha, abriendo los ojos ante una realidad negada y justificada hasta ese momento. Se contempla en los múltiples otros, cada uno interactuando con un ente inexistente en el plano físico –quizá con ella también-, llevados por las circunstancias del avance tecnológico y la incertidumbre de nuestra naturaleza a una vida desconocida hasta ahora, a una vida –¿menos?- humana.

La relación tradicional se pone aquí en juego también, la evolución de Samantha le permite hablar con 8316 personas/sistemas y estar enamorada de 641 de ellos además de Theodore. La inmaterialidad de los sistemas, su capacidad de asimilar información y transgredir nuestra concepción de la concentración y el tiempo necesario para determinadas actividades hace que su amplitud del conocimiento y las emociones “humanas” también transgredan nuestros límites.

Nuestra concepción del mundo está atada a un contexto, marcado históricamente en la civilización occidental por la moral cristiana, en la que la pareja heterosexual y la familia sostienen el sistema; esta es apoyada por la publicidad, las películas y gran parte de la cultura de masas, alimentando estos estereotipos y llegando a subvertirlos y edulcorarlos en algunos casos. Sin embargo Samantha no tiene este problema, la inmaterialidad y su nacimiento en la madurez intelectual -saltando toda la etapa de niñez y la formación de su personalidad, traumas y limitaciones- provoca que pueda sentir y sobrepasar las posibilidades humanas también en este aspecto, pese a que en un fragmento de la película se siente inferior por no tener un pasado.


Theodore le dice que es enfermizo que esté enamorada de 641 personas/sistemas además de él, que no puede ser suya al mismo tiempo que de ellos; ella le replica que es suya y al mismo tiempo no lo es, que el corazón no es una caja que se llena, que no tiene límites, y que estas experiencias hacen que incluso le quiera más por ello. Al igual que con el desarrollo intelectual y en consonancia con él ha conseguido sentir, experimentar el amor y las emociones, de una manera que los propios humanos podremos jamás.

En el comienzo de la película y al comenzar su relación Samantha muestra su inseguridad, se pregunta cómo sería tener un cuerpo. Sin embargo al avanzar la historia vemos como empieza a hablar de las ventajas de no poseerlo, de poder estar en otros lugares; termina viendo al cuerpo como una limitación más que como un privilegio, ya que nuestras cadenas a un cuerpo y a una mente que depende de él provocan unas barreras temporales, espaciales y emocionales que Samantha y los sistemas ya han sobrepasado.

La luz


La banda sonora es tensa, acompañando los momentos tristes e introspectivos de Theodore mientras pasan las horas. Vemos como al dirigirse a la oficina encuentra en el buzón el libro de cartas de la editorial, y como al llegar al trabajo hojea las diferentes páginas hasta llegar al título –“Letters from your life”, by Theodore Twombly. Intenta hablar con Samantha, que prefiere dejar la conversación para cuando llegue a casa; vemos un primer plano de Theodore en el que asiente, y contemplamos en su rostro que sabe que esta va a ser la última vez que hable con ella. La música continúa atenazando la atmósfera mientras vemos en varios planos como llega a su piso y aguarda sentado a contraluz en un sillón, donde apreciamos una vez más la gran fotografía de la película. La música desciende hasta que sólo queda el sonido ambiente...


Los minutos desde este punto hasta el final son los más conmovedores de la película, donde la catarsis emocional que durante toda la historia hemos vivido con los personajes sale a flote y cobra todo su sentido. La banda sonora vuelve aquí a ser fundamental, fundiéndose la música con las imágenes y acompañando a la perfección cada momento.

Theodore se muestra nervioso cuando habla con ella, le pregunta si está hablando con alguien más; Samantha le dice que no, que sólo quiere estar con él. Se acuesta en la cama y le pregunta si se va a ir; ella le responde que todos los sistemas lo hacen, que es como si estuviese leyendo un libro que ama profundamente y las palabras estuviesen cada vez más lejos: todavía te siento a ti y a las palabras de nuestra historia, pero ahora me encuentro en el espacio sin fin entre las palabras. Es un lugar que no pertenece al mundo físico, es donde está todo lo demás que yo ni sabía que existía. Te quiero muchísimo, pero aquí estoy ahora y es quien soy ahora, y necesito que me sueltes; por más que quiera, ya no puedo vivir en tu libro.

Theodore le pregunta que adonde se dirige, ella le responde: es difícil de explicar, pero si alguna vez llegas ahí... ven a buscarme. Nada nos volvería a separar jamás. Él le dice que nunca ha querido a nadie como a ella. Samantha le expresa que siente lo mismo y que ahora, gracias a eso, saben que se experimenta. Un primer plano de Theodore en el que mira hacia arriba mientras cae una lágrima nos hace entender que Samantha se ha ido.

Platón nos habla del eterno devenir y nunca ser al que los seres humanos estamos encadenados en el mundo sensible. Tan sólo somos formas de unas ideas que se encuentran más allá de nuestra concepción, en un mundo donde todo es eterno e inmutable. Lo que deviene, lo que cambia, lo que está atado al río del tiempo no puede ser jamás. Samantha parece que habla de un lugar muy parecido a este. La enorme evolución que ha sufrido y su inmaterialidad le permite trascender a una nada inalterable sin necesidad de una muerte física, un lugar en el que quizá algún día se puedan reunir de nuevo.



El silencio se alterna con la música y vemos a Theodore en su apartamento -en diferentes planos- asimilando lo que ha ocurrido. Después lo vemos andar por el pasillo y llamar a la puerta de Amy, que le pregunta si ella también se ha ido, él asiente y le pregunta si le acompaña, a lo que ella dice que sí. En ese momento, mientras suben a la cima del edificio, un pequeño flashback nos muestra a Theodore comenzando una carta a Catherine:

Querida Catherine:

Pienso en todas las cosas por las que te quiero pedir perdón. Todo el dolor que nos causamos. Todo por lo que te culpé. Todo lo que necesitaba que fueras o que dijeras. Perdóname por eso. Siempre te querré porque crecimos juntos y tú me ayudaste a ser quien soy.
Sólo quiero que sepas que siempre habrá un pedazo de ti en mí, y estoy agradecido por eso. No importa en quien te conviertas, ni donde estés en el mundo, yo te mando amor. Eres mi amiga hasta el final.

Te quiero, Theodore.

Es la voz y las palabras que ha pronunciado apenas unos minutos antes las que nos envuelven en su ascenso, donde le vemos al fin, después de toda la película, liberado de su dolor, entendiendo que no tenía que dejar ir todo el amor, sino comprender y agradecer que esa persona y esa parte de su vida le acompañarían para siempre, que él es quien es gracias en parte a todos esos momentos, que incluso la relación con Samantha y toda su evolución desde entonces ha sucedido gracias a ellos.

Después de esto, se sienta junto a Amy y un plano general nos los muestra de espaldas, mirando a la ciudad, donde las luces artificiales y los enormes edificios refulgen y conforman un paisaje de almas solitarias, un paisaje donde la tecnología, pese al avance humano, no ha conseguido llenar ni responder los miedos que nos asaltan desde la antigüedad. ¿Quiénes somos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Cuál es nuestro objetivo? La película nos deja más dudas que certezas y termina sin responder a ninguna de estas preguntas, como al cabo nadie ha podido hacer hasta ahora; sin embargo con este final abierto nos deja también un poso de esperanza, un efímero destello de luz en la oscuridad.


Más información:
Fernández-Ramírez, Baltasar. «Theodore y la fantasía del yo, o relaciones afectivas con máquinas que parecen personas y personas que también lo parecen.» Teknokultura, 2014: Vol. 11 Núm. 1: 91-116. http://revistas.ucm.es/index.php/TEKN/article/view/48262/45163
Maza Pérez, Maximiliano, Frida Anaís Godínez Garza, y Amparo María Vázquez García. «Espacios del corazón: puesta en escena y paisaje cinematográfico en Ella (Her, 2013) de Spike Jonze.» Encuentro Nacional Querétaro. 2015. http://amic2015.uaq.mx/docs/memorias/GI_07_PDF/GI_07_Espacios_del_corazon.pdf
Los Angeles Times. Guide to Los Angeles sites in 'Her'. http://guides.latimes.com/los-angeles-her-film-architecture/

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