El puente de Trinquetaille

Vincent van Gogh: El puente de Trinquetaille (1888)
Óleo sobre lienzo. Colección Joseph Hackmey, Israel

Yo no tengo la culpa de que mis cuadros no se vendan. Pero llegará el día en que la gente
reconozca que valen más que el dinero que costaron los colores para pintarlos. 
Vincent van Gogh

Atardece bajo la sombra del puente en el pequeño barrio francés de Trinquetaille, desde el muelle varias personas observan como los barcos de vela se deslizan sobre las templadas aguas del río. En el fondo del lienzo la lejanía del puente nos hace evocar el tránsito de las figuras y de algún coche de caballos, recortados en la penumbra por la luz amarilla de finales de la tarde. A lo largo del paseo, entre farolas aun sin prender, se respira entre los caminantes la calma que precede a la noche. Todo está hecho, ya nada importa hoy.

Nosotros tenemos también esa sensación. Salvo quizá por una pequeña niña que parece perdida y se tapa el rostro con una mano mientras adelanta un pie hacia nosotros, tal vez queriendo salir de una escena que siente que no le pertenece. Igual que lo sentía Van Gogh, condenado a la ausencia y a la desesperación a la que el mundo le empujaba, y al tiempo también a una extraña sensibilidad que le hacía amarlo profundamente. Fue esa tristeza insondable, esa herida en el alma, la que le hizo salir del teatro antes de tiempo con la misma emoción de esa niña, con la misma sensación de no haber encontrado su papel.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Eugène Manet en la isla de Wight

San Vital de Rávena y la Primera Edad de Oro de Bizancio

Her. La soledad y el amor en un futuro entre la utopía y la distopía