Automat
Edward Hopper: Automat (1927) Oil on canvas, 71,4 x 91,4 cm. Des Moines Art Center |
J. W. von Goethe
El último libro que compré antes de encontrarme inmerso en esta cuarentena fue uno de Hopper. Mientras contemplo la portada veo con asombro como la ciudad se ha convertido en ventanas a su pintura. Paisajes vacíos, personas encerradas dentro de un lugar al que están obligadas a pertenecer, un lugar que trasciende lo físico. Los personajes inmóviles del llamado pintor de la soledad se encuentran encerrados en si mismos, librando una batalla con historias que desconocemos pero que podemos intuir en los demás si prestamos atención a lo cotidiano. Tristeza, hastío, ensimismamiento, corazones que han quedado paralizados en un viaje más allá del presente. En menor medida en algunas obras también vemos calma, lugares con una luz unificada y personas que se funden con el entorno, seres que se encuentran en el lugar al que pertenecen aunque no lo hayan elegido ellos.
En una entrevista Hopper hace suyas las palabras de Renoir acerca de que lo más importante de una pintura es imposible de definir, imposible de explicar. También cita a Goethe con las palabras que abren esta entrada y lo asimila de la literatura a la pintura, así como de la misma forma algunos directores a través del lenguaje cinematográfico hacen suyo el mundo visual de Hopper. En la obra elegida vemos el fragmento de una narración en un espacio que pese a contar con varios elementos percibimos casi vacío, un instante congelado que muestra más interés en reflejar lo que subyace detrás de la imagen que lo que vemos representado. Aunque el pintor sugiera que lo esencial es inefable, creo que está en nosotros ver un principio y un final, mirar a nuestro alrededor y emplear algo de tiempo en buscar el significado.
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