La marcha a Tenochtitlán

Augusto Ferrer-Dalmau: La marcha a Tenochtitlán (2015)

Las ordenanzas promulgadas en 1573 por Felipe II -y sustentadas por el presidente del Consejo de Indias, Juan de Ovando- en cuanto al gobierno y organización de las Américas es impecable. Piensa y previene cualquier duda o contratiempo, desde los barcos, el número de pasajeros y su función tanto en el viaje como a su llegada -soldados, colonos y hombres de fe- y el acompañamiento de estos navíos salvando las posibles incidencias naturales o ataques corsarios. En cuanto a la partición y estructuración de las tierras es igual de claro, desde el lugar idóneo en el que situar las nuevas ciudades y villas hasta las instrucciones agrícolas y ganaderas. También en lo referente al trato con los naturales de esas tierras: desde el papel siempre se respetan sus derechos, reflejando expresamente que se ocupen los sitios adecuados siempre y cuando no haya conflicto con los indios, y que no se toquen los lugares donde ellos están asentados.

Siguen el mismo camino en lo referente a su evangelización y contacto. Las ordenanzas indican que se les debe dar a entender por medios pacíficos que la intención de asentarse allí es de enseñarlos a conocer a Dios, y su Santa Ley, por la cual salvarán su alma, y tener amistad con ellos y enseñarlos a vivir políticamente y no para hacerles ningún mal, ni quitarles sus haciendas. En el caso de que no consintiesen su presencia, debían con la intervención de religiosos y valiéndose de intérpretes, procurando por todos los buenos medios posibles, que la población se haga con su paz y consentimiento. Y si todavía no lo consintiesen, los pobladores hagan su población sin hacerles más perjuicio del que fuere inexcusable para su defensa.

El imperativo de estabilizar la situación tras el periodo de descubrimiento y conquista, del que forma parte esta incursión de Hernán Cortés, hace necesarias estas ordenanzas. Sin embargo la situación del origen -que conocemos por polémicos testimonios como el de Fray Bartolomé de las Casas- no mejoró todo lo deseable tras la promulgación, debido a la diferencia entre el papel y la realidad. Las Américas fueron durante mucho tiempo el equivalente a un lugar sin ley en donde algunos de los nuevos pobladores pudieron dar rienda suelta a su ambición y crueldad; bajo la excusa y el nombre de Dios cometieron crímenes contra los naturales con una impunidad que habría sido impensable en la España de donde venían.

Podemos correr el riesgo de pensar que eran otros tiempos, que estas cosas ya no ocurren, sin embargo a lo largo de la historia se han repetido y se repiten episodios de esta naturaleza bajo muchos símbolos y banderas. América y África pueden dar un triste testimonio de ello, teniendo las poblaciones indígenas que aún subsisten y siguen fieles a sus raíces un camino complicado frente a la globalización y las maquinarias de poder, representadas en empresas que envenenan o explotan los lugares que estas sociedades llevan habitando desde hace cientos de años.

Más información sobre la obra y las ordenanzas:

Contaminación de territorios habitados por indígenas:

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