El mito de Sísifo

Tiziano: Sísifo (1548-1549)
Óleo sobre lienzo, 237 x 216 cm. Museo del Prado, Madrid


Adorado por marinos y comerciantes, Sísifo tuvo un pasado oscuro antes de gobernar Corinto -una fuente dice que fue su fundador, otra que tomó posesión de la acrópolis después de que Medea tuviese que huir de ella-. Su huella en la ciudad fue instaurar los Juegos Ítsmicos y conseguir que el dios río Asopo hiciese fluir en ella el manantial de Pirene, gracias a que le contó que su hija había sido raptada por Zeus. El rey de los dioses, al enterarse de la indiscreción de Sísifo le mandó a Tánatos para que acabase con él; sin embargo éste encadenó a la Muerte y provocó un breve periodo de inmortalidad en la Tierra.

Los dioses encolerizados mandaron a Ares a desencadenar a Tánatos y le entregaron a Sísifo, pero de nuevo este volvió a engañarla y huyó del Hades, ocultándose durante muchos años hasta que Hermes lo devolvió ya anciano al Inframundo. Fue entonces cuando Zeus, como castigo por traicionar y eludir los designios de los dioses, le condenó a empujar una enorme roca montaña arriba que al llegar a la cima volvería a caer, teniendo que repetir la tarea eternamente.

Tras la segunda Guerra Mundial, en un tiempo de dudas y angustia vital, el existencialismo vio en este mito un reflejo perfecto del sino del ser humano. Albert Camus en su ensayo El mito de Sísifo habla del absurdo de nuestra existencia, comparándola con el castigo impuesto por los dioses al antiguo rey de Corinto. Al no depender como los animales únicamente de los instintos, la razón nos permite -casi nos obliga- a buscar respuestas a lo largo de nuestra vida, a darle un significado trascendente a algo que parece no tenerlo.

Sartre escribe que el hombre es una pasión inútil, y que nuestra manera de vivir es la forma de comunicar al mundo nuestra visión de lo que debe ser la naturaleza humana, por tanto es esta responsabilidad la que nos produce la angustia de tomar decisiones vitales. En cualquier caso y pese a todo, parece que es preferible empujar la roca una y otra vez hasta la cima de la montaña, ya que la alternativa es la nada a la que, al contrario que Sísifo, todos estamos destinados a volver algún día.

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