Caravaggio. Las dos cenas en Emaús y su evolución técnica
Tan sólo siete años después de la muerte de Miguel Ángel, en
una Italia profundamente imbuida por la concepción manierista, abre los ojos en
1571 Miguelangelo Merisi -llamado Caravaggio por la localidad donde pasó gran
parte de su infancia-, un hombre destinado pese a la tradición artística a impulsar un cambio de estilo naturalista. Con trece años entra durante
un periodo de cuatro como discípulo en el taller milanés del pintor Simone
Peterzano, el pequeño Merisi adquiere aquí una
formación en teoría, técnicas y recursos pictóricos. Al finalizar la formación
recorre el norte de la península itálica mientras mantiene su residencia en
Caravaggio, desde donde viaja en 1592 a Roma para evadir a la justicia por un
delito de agresión, siendo este el origen de su leyenda negra.
Sus comienzos en la Ciudad Eterna fueron muy duros, sufre
estrecheces económicas y vive en condiciones miserables; para subsistir trabaja
en varios talleres e incluso como criado además de pintor en casa del monseñor
Pandolfo Pucci. En apenas un año una enfermedad lo conduce al hospital de la
Consolación, donde se autorretrata en el Baco enfermo, una obra paradigmática
de su primera etapa: el fondo es neutro y aun no ha adoptado el tenebrismo,
Baco lleva en la mano un racimo de uva y está coronado por unas hojas de
laurel, símbolo de sus dominios como dios del vino y del placer mundano; también representa en la mesa una naturaleza muerta -aunque es menos profusa
que en otras obras de este periodo como Muchacho con cesta de
frutas-, su cuerpo es musculoso y bien formado, sin embargo su rostro
demacrado y amarillento da testimonio del padecimiento que le llevó al
hospital.
Al principio de esta etapa se resiste a pintar temas
religiosos, pero pronto se da cuenta de que para ascender como artista en la
sociedad romana debe hacerlo; por eso y gracias a la ejecución hacia 1595 de el Éxtasis de san Francisco, el cardenal Francesco Del Monte -embajador
de la República de Florencia ante la Santa Sede- lo acoge en su casa, y por
primera vez desde su llegada puede dedicarse a la pintura teniendo una
estabilidad asegurada. Es precisamente por intercesión del cardenal que recibe
un encargo en 1599 -la realización del ciclo sobre la vida de San Mateo para la
capilla Contarelli, en la iglesia de San Luigi dei Francesi- que sería clave
para consolidar su fama y abrir el camino a su segunda etapa en Roma, en la que
su obra se centraría casi exclusivamente en la temática religiosa.
Alrededor de este encargo pinta una obra de transición entre
estos dos periodos, la primera versión de la Cena en Emaús, que contrasta
enormemente con la segunda, realizada hacia 1606, justo antes de huir
precipitadamente de la Ciudad Eterna para evitar la acción de la justicia por
haber cometido un asesinato.
Las diferencias son notables, en esta primera versión un
Cristo imberbe bendice el pan con un solemne gesto, y los dos apóstoles, al
reconocerlo, muestran su sorpresa y reaccionan de forma un tanto exagerada -aunque
el escorzo del apóstol de la derecha podría tener su explicación como un símbolo que alude a la crucifixión-,
también llama la atención la exuberancia de la naturaleza muerta, más propia de
sus comienzos, que sugiere con sus elementos a la Última Cena -pan vino y uva-
y a la Pasión de Cristo -la manzana como símbolo del pecado original que provocaría
el sacrificio del hijo de Dios en la cruz, siendo la granada y sus frutos rojos
la corona de espinas-. La composición juega con las luces y las sombras de
forma maestra, aunque Caravaggio aun no ha evolucionado el estilo que emplearía
en casi todas las obras que le restan.
Cena en Emaús (h. 1606) Óleo sobre lienzo, 141 x 175 cm. Pinacoteca Brera, Milán |
La segunda versión nos presenta una brillante ejecución del
claroscuro y el tenebrismo como telón de fondo, siendo también la naturaleza
muerta más austera, resultando en definitiva una composición más sencilla e
íntima; el rostro y la bendición de Cristo es mucho más espiritual, remarcando
el momento sagrado, y los dos apóstoles se muestran igualmente sorprendidos
pero más comedidos en su reacción. Sin embargo eso no le resta fuerza a la composición,
más bien al contrario, Caravaggio se da cuenta de que puede prescindir de los
gestos grandilocuentes para mostrar el movimiento interno de los personajes
representados de una forma mucho más efectiva.
Resurrección de Lázaro (h. 1609) Óleo sobre lienzo, 380 x 275 cm. Museo Nazionale, Messina |
Tras esta abrupta salida de Roma comienza su última etapa,
en la que siguió perfeccionando su técnica, tanto pictórica como narrativa,
dejando grandes obras maestras como la Resurrección de Lázaro o el Martirio de santa Úrsula.
Martirio de santa Úrsula (1610) Óleo sobre lienzo, 140,5 x 170,5 cm. Banca Commerciale Italiana, Nápoles |
Persiguiendo
el perdón papal viaja por Nápoles, Malta y Sicilia, para volver de nuevo a
Nápoles, desde donde embarcaría en julio de 1610 hacia Roma debido a la
recepción de una carta que le comunicaba que las dispensas desde la Santa Sede
no tardarían en llegar. Durante una escala en Porto Ercole una guarnición española
le detuvo por error, dos días después fue soltado pero su barco ya había
zarpado con sus pertenencias; a los pocos días fue encontrado muerto, víctima
de unas fiebres, cerca de una playa.
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